El muy deteriorado balance de la Reserva Federal
por Juan Ramón Rallo
Juan Ramón Rallo Julián es Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España).
El banco central, que en absoluto ha de ser forzosamente un monopolio público, es la pieza clave de todo sistema financiero. Walter Bagehot le atribuyó la función esencial de ser el garante último de la liquidez de una economía. Como prestamista de última instancia, siempre ha de estar en posición de extender crédito contra buen colateral; o dicho de otro modo, un buen banco central ha de cuidarse muy mucho de devenir ilíquido, pues en caso de necesidad será incapaz de estabilizar el sistema financiero.
Las condiciones tradicionales de la liquidez son dos: no asumir demasiada deuda en relación con los fondos propios y que el vencimiento de los activos no esté muy desencajado con el de los pasivos. En el caso de un banco central que emita dinero fiduciario, el capital con el que opera es prácticamente nulo (para que nos hagamos una idea, la ratio de apalancamiento de la Fed desde 1996 ha venido siendo algo así como 1 dólar de capital por 55 dólares de deuda: ríanse de Lehman Brothers) y todas sus deudas son a muy corto plazo: el dinero fiduciario —los dólares que emite la Fed— son intercambiados diariamente en el mercado y la Reserva Federal debe comprometerse a que su valor no experimente enormes fluctuaciones, pues en caso contrario los tenedores de dólares podrían repudiarlos (lo que equivaldría a dejar de extenderle crédito a la Fed, esto es, equivaldría a una corrida bancaria de los depositantes).
Dadas estas circunstancias, resulta prioritario que todo el activo de la Fed esté compuesto por créditos a muy corto plazo y de mucha calidad contra el sistema bancario o contra el Estado. Si la Fed se apalancara 50 veces sobre su capital adquiriendo activos a un plazo muy prolongado o con una calidad muy deteriorada, su capacidad para defender el valor del dólar se vería seriamente erosionada.
Bueno, pues echémosle un ojo a la evolución del balance de la Fed y de la estructura temporal de sus activos en tres flechas clave: junio de 1996 (el primer balance de la Fed disponible en su web), el de enero de 2007 (poco antes del estallido de la crisis) y el de julio de 2011 (finalizados los programas de Quantitative Easing 1 y 2).
El panorama es desolador: la liquidez de la Fed se mantuvo más o menos constante desde 1996 a 2007. Es cierto que sus tenencias de deuda pública se incrementaron al doble, pero su capital también lo hizo y, sobre todo, la estructura temporal de su deuda no empeoró sustancialmente: más de la mitad de la deuda pública seguía venciendo antes de un año y otro 30% antes de cinco. El problema es que, con la crisis financiera y los programas de financiación irregulares implementados por Bernanke, la calidad de su balance se ha ido al traste: en unos pocos años, el banco central ha adquirido un billón de deuda pública y de malísima deuda hipotecaria privada, ambas a largo plazo.
De hecho, fijémonos que, en julio de 2011, menos del 10% de sus activos tienen un vencimiento inferior a un año; más del 60%, en cambio, vencen a más de 10 años. ¿Qué significa esto? ¿Que estamos abocados a la hiperinflación?
No, las cifras de incremento en la cantidad de crédito pueden impresionar, pero de momento la hiperinflación no llegará por culpa de la Fed (las causas de hiperinflación son la suspensión de pagos, abierta o encubierta del Estado y EE.UU., de momento, siguen siendo solventes). Los problemas son otros. El primero, que Bernanke está obsesionado con mantener bajos los tipos de interés a largo plazo (como demuestra el hecho de que casi toda la deuda monetizada sea superior a 10 años), lo que entorpece el proceso de desapalancamiento privado. El segundo es que el margen de maniobra de la Fed para estabilizar el valor del dólar se va estrechando; si en algún momento surgieran dudas sobre la calidad del billete verde, la Fed sólo podría drenar liquidez del mercado (con el objetivo de apuntalar el tipo de cambio del dólar) enajenando unos activos bastante difíciles de colocar, sobre todo en momento de tensiones crediticias.
En definitiva, Bernanke ha convertido a la Fed en un estercolero de última instancia. Una vez la contracción crediticia toque a su fin —y el dólar deje de atesorarse como refugio frente a los impagos y el hundimiento de valor de los activos—, lo que deberemos esperar será que el billete verde pase a aceptarse entre los agentes a un descuento mucho mayor que el actual.
Superado el deflacionismo, padeceremos un inflacionismo significativamente mayor al de la Gran Moderación de Greenspan (aunque, repito, no estoy hablando de hiperinflación). Que ese escenario todavía no esté en el horizonte no significa que no debamos ir anticipándolo ya: Bernanke ha comprometido la liquidez de la Fed durante bastantes décadas para no lograr ningún efecto apreciable salvo retrasar la recuperación. Cuando la demanda de crédito reflote, el dólar puede ir preparándose para una importante inflación; sobre todo si, como todo parece indicar, Helicóptero Bernanke no ha tenido suficiente con sus fracasadas QE1 y QE2 y ya va preparando la tercera edición de esa ruinosa flexibilización cuantitativa.
Bolivia: El derecho a votar nulo
Bolivia: El derecho a votar nulo
por Oscar Ortiz Antelo
Oscar Ortiz Antelo es ex presidente del Senado de la República de Bolivia.
En las últimas semanas el presidente del Tribunal Supremo Electoral de Bolivia ha advertido reiteradamente que procesará penalmente a quienes promuevan el voto nulo en las próximas elecciones para autoridades judiciales, al igual que el Fiscal General del Estado. Estos anuncios reflejan una mentalidad autoritaria y violatoria de los más elementales derechos humanos en una democracia. Votar nulo es una forma de practicar la libertad de expresión y de participación democrática que siempre ha sido reconocida y debe ser respetada.
Las amenazas proferidas por las citadas autoridades, reflejan el autoritarismo que caracteriza a las autoridades de los órganos del Estado Plurinacional de Bolivia. Todo se pretende resolver por juicios penales para quienes se atreven a contradecir los planes y anuncios del oficialismo para continuar el proceso de concentración total del poder.
Igualmente, expresan el nerviosismo que contagia a las autoridades nacionales por el creciente rechazo ciudadano frente a unas elecciones en la cual se pretende institucionalizar como principio la conocida frase de votar y no elegir, tanto por la preselección de candidatos por el rodillo de oficialista en las Cámaras de Diputados y Senadores como por la carencia de información sobre los candidatos que imponen las normas que regularan la prohibición de hacer campaña en estos comicios.
El problema de fondo es que las elecciones por voto popular de los principales jueces y magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, Tribunal Constitucional, Tribunal Agroambiental y Consejo de la Magistratura, algo inédito en el mundo, pretenden legitimar con la participación ciudadana la toma de un sistema judicial que en los hechos ya perdió toda independencia frente al Movimiento al Socialismo.
Por ello, cualquier manifestación ciudadana que mediante el voto rechace esta pretensión, no impediría la elección pero si afectaría el fin de estas elecciones, pues cuestionaría la legitimidad de las futuras autoridades judiciales, así como su falta de independencia para garantizar los derechos humanos en Bolivia.
Sin embargo, por más que esta posibilidad preocupe, irrite y altere a las autoridades de gobierno, en una democracia, el voto nulo y el voto blanco son un derecho al igual que el voto por cualquiera de las opciones en competencia. El elegir una de esta opciones es una manifestación legitima de la voluntad del soberano que mediante este tipo de voto ejerce su derecho democrático al sufragio y, al mismo tiempo, envía una señal de manifestación ciudadana al sistema político y a la opinión pública en general, dejando constancia de su inconformidad con determinadas circunstancias.
Por eso, en todo sistema democrático los votos blancos y nulos son contabilizados y forman parte de los resultados electorales, tal cual como siempre se ha hecho en Bolivia, por lo que reinvidicar el ejercicio de este derecho es defender la democracia, independientemente de la opción que cada uno vaya a asumir.
Al igual que Nixon, Obama desperdiciará vidas para conseguir la reelección
Al igual que Nixon, Obama desperdiciará vidas para conseguir la reelección
si el cronograma para la retirada es político, ¿por qué no afirmar la misma victoria y retirar la totalidad de los 100.000 efectivos estadounidenses para satisfacer a un público hastiado de la guerra?
Ivan Eland
Nadie precisa decirle al público que los políticos son astutos—y que los que logran ser elegidos son los más sagaces. El presidente Obama, en un reciente discurso anunciando la retirada gradual de los 33.000 efectivos adicionales de los EE.UU. de Afganistán para septiembre de 2012, dijo al país que los Estados Unidos habían alcanzado ampliamente sus objetivos en Afganistán y que “estamos iniciando este repliegue desde una posición de fuerza”. Se podrá perdonar al público por perderse el verdadero mensaje: “Hemos perdido la guerra, pero de todos modos estamos declarando la victoria y marchándonos”.
La realidad de la retirada de 33.000 de alrededor de los 100.000 efectivos en ese país es que la estrategia de “contrainsurgencia” del presidente—las áreas despejadas por los EE.UU. de las fuerzas de los talibanes hasta que un “buen gobierno” pueda afianzarse y las fuerzas afganas sean lo suficientemente competentes como para asumir el mando—ha fracasado. La estrategia fue diseñada para obtener ganancias en el campo de batalla que no erradicarán a los talibanes pero harán que el grupo se siente a la mesa de negociaciones. Aunque los talibanes están negociando, no lo están haciendo muy seriamente porque saben que están ganando la guerra. Si estuviesen perdiendo, más talibanes estarían desertando hacia el gobierno afgano; y hasta ahora, sólo 1.700 de entre 25.000 y 40.000 insurgentes lo han hecho.
Las superiores fuerzas estadounidenses han despejado algunas áreas de las provincias sureñas de Helmand y Kandahar, tradicionalmente bastiones talibanes, pero sólo cuentan con un gobierno afgano ilegítimo y corrupto y fuerzas de seguridad afganas incompetentes para entregárselas. Sin embargo, todavía resulta casi imposible conducir de manera segura desde la capital de Kabul hasta Kandahar. Además, los talibanes meramente permanecen quietos en esas dos provincias hasta que los EE.UU. se marchen, o se trasladan a otras partes del país donde las fuerzas estadounidenses son mucho más exiguas. Los talibanes en el este de Afganistán—que tienen más vínculos con al-Qaeda que los del sur pero que han disfrutado menos de la atención de los EE.UU.—pueden retirarse a santuarios en Pakistán. Los EE.UU. y la OTAN nunca han tenido suficientes fuerzas en Afganistán para ejecutar una estrategia de contrainsurgencia eficaz. Y si los insurgentes no están perdiendo, están ganando. El tiempo está de su lado, porque es su país y simplemente pueden esperar pacientemente a los Estados Unidos, que los insurgentes saben que eventualmente se retirarán.
Si de acuerdo al experto en contrainsurgencia William R. Polk, la guerra de guerrillas es 80 por ciento política, 15 por ciento administrativa y sólo un 5 por ciento militar, el corrupto e ilegítimo gobierno afgano patrocinado por los Estados Unidos es un gran albatros alrededor del cuello de los EE.UU.. Además, incluso después de que las fuerzas de seguridad afganas han sido entrenadas durante casi una década, son incapaces de brindar seguridad a Afganistán por su propia cuenta.
No obstante, si no ha habido una amenaza terrorista de Afganistán durante siete u ocho años, como sostiene la administración Obama, entonces ¿por qué necesitábamos el aumento de efectivos y una estrategia de contrainsurgencia de 18 meses, en primer lugar, y por qué no pueden las tropas regresar a casa más rápido? La respuesta es que el calendario para la retirada no está basado en consideraciones de orden militar sino de política electoralista.
En vez de ir contra los talibanes durante la próxima temporada de combates, esos 33.000 soldados ya habrán sido retirados o estarán empacando para salir de Afganistán en septiembre de 2012. Por lo tanto, con un ojo puesto en los comicios presidenciales de noviembre de 2012, Obama puede decir que el aumento de efectivos terminó, que fue un éxito, y que todas las fuerzas incrementadas han sido retiradas. Pero si el cronograma para la retirada es político, ¿por qué no afirmar la misma victoria y retirar la totalidad de los 100.000 efectivos estadounidenses para satisfacer a un público hastiado de la guerra?
Richard Nixon se enfrentó al mismo dilema presidiendo la perdida guerra en Vietnam. En 1971, quiso retirar a los efectivos estadounidenses de Vietnam del Sur hasta que Henry Kissinger le recordó que el lugar probablemente colapsaría en 1972, el año en que Nixon estaba buscando la reelección. Para evitar este escenario, Nixon inescrupulosamente demoró un acuerdo de paz hasta 1973, negociando por ende más vidas estadounidenses desperdiciadas a cambio de su reelección.
Obama parece estar haciendo lo mismo. Una retirada gradual de 33.000 efectivos estadounidenses antes de las elecciones hará retroceder las exigencias de los candidatos republicanos para una retirada más rápida y la señal para el público estadounidense fatigado por el conflicto de que está resolviendo el problema, mientras deja 70.000 fuerzas para asegurarse que el país no colapse antes de los comicios. Una vez más, vidas estadounidenses se perderán innecesariamente de modo tal que un político hábil pueda lucir bien en época de elecciones.
Traducido por Gabriel Gasave
Ivan Eland es Asociado Senior y Director del Centro Para la Paz y la Libertad en The Independent Institute en Oakland, California, y autor de los libros Recarving Rushmore: Ranking the Presidents on Peace, Prosperity, and Liberty, The Empire Has No Clothes, y Putting “Defense” Back into U.S. Defense Policy.
La Guerra contra las Drogas: ¿Para qué sirve?
La Guerra contra las Drogas: ¿Para qué sirve?
¿Las drogas son malas? De acuerdo. Lo entiendo. Pero la guerra contra las drogas es peor.
Art Carden
La semana pasada, los estadounidenses celebramos un vergonzoso aniversario: cuarenta años desde que Richard Nixon declaró la “guerra” contra las drogas. Tomando prestado lo expresado por un antiguo alumno, deberíamos dejar de librar guerras contra sustantivos abstractos (las drogas, el terrorismo, la obesidad). No se puede librar una guerra contra una idea o un objeto inanimado, pero incluso si se pudiese, usualmente uno termina teniendo que disparar a seres humanos de carne y hueso.
“¡Pero estas drogas son tan peligrosas!" podría plantear la gente. De hecho, lo son. Pero esto pasa por alto el hecho de que las drogas han aumentado en potencia como respuesta a las represiones gubernamentales. ¿Qué sería más fácil de contrabandear: marihuana por valor de 1.000.000 de dólares o 1.000.000 de dólares en cocaína? La cocaína por un valor de 1.000.000 de dólares puede ser embalada en un espacio mucho más pequeño que 1.000.000 de dólares de marihuana. Si nos decidimos a luchar contra las drogas, ¿qué es probable que desaparezca del mercado y qué es probable que termine desparramado por doquier? Las drogas de baja potencia es probable que desaparezcan. Las drogas de alta potencia—como la marihuana de mayor potencia—es probable que permanezcan. De acuerdo con Milton Friedman, “el crack jamás hubiera existido... si no hubiésemos tenido la prohibición de las drogas” .
¿Qué cree que sucederá cuando el gobierno decida tomar enérgicas medidas contra la mejor y más reciente droga? La gente es muy ingeniosa, por lo que descubrirá una nueva forma de drogarse. Es como apretar un globo. Usted pude deprimirlo en un área, pero éste se expande en otra. La gente innova en respuesta a la prohibición y ha creado así estupefacientes cada vez más potentes.
¿Cuáles han sido las consecuencias sociales? La “tierra del libre” posee una tasa de encarcelamiento más alta que cualquier otro país del mundo. El economista y experto en políticas de drogas Jeffrey Miron señala que tendríamos mucha menos violencia si terminásemos con la prohibición de las drogas.
La guerra contra las drogas también es extremadamente costosa. En este corto video, la Fundación para la Educación Económica—para la cual escribo periódicamente—sostiene que los gobiernos locales y estaduales ahorrarían 25,7 mil millones de dólares por año mientras que el gobierno federal podría ahorrar 15,6 mil millones de dólares al año si despenalizasen las drogas.
Los costos no sólo se dan en términos de vidas perdidas y recursos desperdiciados. La libertad está en juego. Cité a mi amigo Tim Watkins sobre esta cuestión en diciembre: “La [P]rohibición es la negación del libre albedrío” La clase de atentados contra la libertad que son racionalizados en el nombre de la guerra contra las drogas no son dignos de un país que se llama a sí mismo “la tierra del libre”. Por ejemplo, no hace falta ir muy lejos para hallar las redadas sorpresivas de estilo militar que se están volviendo demasiado comunes (70.000-80.000 al año, de acuerdo con el criminólogo Peter Kraska en USA Today).
Como señala Mary Anastasia O Grady, algunas de las cuestionables tácticas de la guerra contra las drogas son racionalizadas sobre la base de que podría conducir a los guerreros contra las drogas hasta los capos del narcotráfico. La incómoda verdad es que el capo probablemente no importa. ¿Moriría Apple sin Steve Jobs? Tal vez. ¿Perecería Microsoft sin Bill Gates? En el caso de las bandas de narcotraficantes, es probable que haya individuos dentro de una jerarquía de liderazgo que pueden tomar cartas en el asunto si el capo es eliminado. El precio de las acciones de Apple se ha modificado sobre la base de la salud de Steve Jobs, pero dos cosas son ciertas: primero, la compañía probablemente no va a salir del negocio sin Steve Jobs. Segundo, incluso si lo hiciera, alguien probablemente se apresuraría a tomar el lugar de Jobs. Además, Jobs y Gates son excepciones. Si matas a un capo de la droga de nivel “C”, estoy bien seguro de que él o ella puede ser reemplazado sin mayores problemas.
Algunos líderes mundiales lo han reconocido y afirmaron que la guerra global contra las drogas ha sido un increíble y horripilante error. Es hora de reconocerlo. ¿Las drogas son malas? De acuerdo. Lo entiendo. Pero la guerra contra las drogas es peor.
Traducido por Gabriel Gasave
Art Carden es Asociado Adjunto en el Independent Institute en Oakland, California, y profesor asistente en el Departamento de Economía y Negocios del Rhodes College.
El Senado de Paraguay rechaza la reelección de Lugo
La Comisión de Legislación del Senado de Paraguay ha rechazado un proyecto de enmienda constitucional para legalizar la figura de la reelección y permitir así que el presidente, Fernando Lugo, opte a un segundo mandato.
EdE / Agencias
Los miembros de esta comisión han rechazado la medida por unanimidad. No obstante, todavía podrá ser debatida en el pleno del Senado a petición de la mayoría de sus integrantes. Para ser aprobada deberá recibir 23 votos favorables en esta cámara y 41 en la de Diputados.
En el caso de que la propuesta no obtenga el apoyo necesario será archivada definitivamente, ya que según el artículo 290 de la Carta Magna paraguaya para enmendar su contenido es necesario el respaldo de las dos cámaras del Congreso, según informa el diario ´ABC Color´.
El pasado 26 de junio el Frente Guazú, miembro mayoritario de la coalición gobernante, presentó en el Congreso una solicitud formal de enmienda constitucional en este sentido, respaldada con un pliego de 100.000 firmas, 70.000 más de las necesarias para que la medida sea sometida a debate.
El Partido Colorado, principal fuerza opositora del país, ya ha rechazado oficialmente esta iniciativa, a pesar de que algunos de sus miembros se habían mostrado a favor. No obstante, parece que esta postura es más una muestra de su rechazo a la reelección de Lugo que a la figura en sí, ya que los colorados no han descartado enmendar la Carta Magna en un futuro.
En esta línea se sitúa también el vicepresidente, Federico Franco, miembro del Partido Liberal, que aspira a ser candidato. Así, recientemente ha reconocido que la enmienda constitucional contribuiría a deteriorar su relación con Lugo. "Es un proceso peligroso al que seguirán proyectos como los de Hugo Chávez", ha advertido, en referencia al presidente venezolano.
Entretanto, Lugo ha enviado mensajes contradictorios sobre su postura ante esta iniciativa. El pasado mes de mayo, durante su estancia en Alemania, indicó que únicamente optaría a otro mandato "si la ciudadanía lo pide", aunque hace apenas unas semanas aseveró que no pretende ser reelegido.
La reelección es una cuestión controvertida en Paraguay, ya que se prohibió en 1992, cuando la actual Constitución sustituyó a la sancionada por el dictador Alfredo Stroessner (1954-1989), quien modificó la Carta Magna para continuar en el poder de forma indefinida.
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